jueves, 31 de octubre de 2019

Darkman

Permanece un
instante infinito.
Huye lo real



Vlad se mira en el espejo y mesa su pelo con aprobación narcisista. Su cuerpo, esculpido como mármol, lleno de tatuajes y cicatrices, narraba una vida marcada por la guerra y la muerte. Tatuajes criminales que contaban un pasado lleno de sangre, sudor, sin lágrimas. Un pasado que solo volvía a él mientras dormía, perturbándole, despertándole sudoroso en mitad de la noche. Atormentado.

Las pesadillas siempre surgían igual, una especie de parálisis se apoderaba de él, y una sucesión de caras manchadas de sangre, gritos, cuerpos de niños, mutilados,  todos desfilaban señalándole con el dedo acusador, masacrados por las balas que certeras caían sobre los cuerpos desde las desnudas ventanas de los cadáveres de los edificios. A él, el asesino. Despertaba temblando, bañado en sudor y con unas tremendas ganas de tirarse por la ventana. Y nunca lo hacía. Alguna vez había abierto de par en par el ventanal del ático donde vivía, o había cogido la pistola que aun permanecía guardada en el interior de su armario con intención de pegarse un tiro tan certero como todos aquellos que él había disparado. No, nunca lo hacia. De francotirador a sicario. No era la vida que le hubiera gustado elegir pero no tuvo otra opción. La guerra dispuso que su camino fuera ese, y en el se quedó. Vlad asesinaba con delicadeza y  precisión, no soportaba el contacto pringoso de la sangre y las vísceras.

Su mirada, de un añil oceánico, profunda y fría, tenía un atisbo constante de sorna y desdén que podía desarmar a cualquiera sin intención siquiera. Solo con posar sus ojos en la victima, está podía tener por cierto que iba a morir rápida y limpiamente.

En los oscuros círculos de la muerte era conocido como Darkman. Siempre de riguroso negro, con un rictus de prepotencia y la conversación justa. Temido por sus compañeros de profesión, nadie se atrevería a decirse su amigo. Bebía vodka, escuchaba música de Mahler, leía novelas policíacas y, en ocasiones, manchaba sus caros zapatos italianos paseando por algún bosque frondoso, como una sombra inquietante, deslizándose entre los arboles con el sigilo de un gato.

Vlad recibía los encargos por carta, a la antigua, en un apartado de correos que cambiaba con frecuencia para evitar rastros. Sólo requería de datos básicos, un teléfono para ponerse en contacto con la clientela, concertar una cita en el semisotano donde tenía su despacho, proceder y cobrar exorbitantes sumas de dinero en mano siempre por adelantado. Todo lo aceptaba. Normalmente sus trabajos se ceñían a ajustes de cuentas entre gentes de altos vuelos, políticos y mafias que no se valían por si mismas para hacer un buen trabajo. Esas cosas.

Bello, hercúleo y despreciable a partes iguales, generaba una atracción peligrosa en el género femenino, miradas a su paso, sonrisas involuntarias. Seductor y camaleónico se valía de ese poder para llevarse a la cama a cuantas mujeres se pusieran a tiro sin haber sentido la necesidad de mayor intimidad mas allá de un desahogo puntual. Casadas, solteras, le daba igual, no se acostaba dos veces con la misma mujer. Las seducía con su mirada de halcón, su sonrisa encantadora, algo de conversación superficial, unas copas y sexo del bueno, al menos, ninguna se había quejado y querían volver a verle pero Darkman desaparecía sin dejar rastro salvo algún enardecido mordisco vampírico que a muchas ponía en un desagradable compromiso posterior.

Así era Vlad, Darkman, caminando por la existencia con la rotundidad de quien no tiene miedo a nada....